En el Símbolo (Credo) decimos que Dios es todopoderoso (omnipotente) y confesar esto es muy importante para nosotros. Creemos que esa omnipotencia es universal porque Dios lo ha creado todo y lo rige todo; es amorosa porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando “se muestra en la debilidad”.
Todo lo que él quiere lo hace. Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado “el poderoso de Jacob”. “El Señor de los ejércitos”, “el Fuerte, el Valeroso”. Dios es Todopoderoso “en el cielo y en la tierra” porque El los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible y dispone a su voluntad de su obra; es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad.
Dios es Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder aparecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción que nos ha hecho hijos suyos y finalmente por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.
La fe en Dios Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el voluntario abajarse (siendo Dios se hizo hombre) y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres”. En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre “desplegó el vigor de su fuerza” y manifestó “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes”.
Sólo la fe puede hacernos llegar a los caminos misteriosos de la omnipotencia de Dios. Esta fe se siente grande en medio de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que “nada es imposible para Dios” y pudo proclamar las grandezas del Señor: “el Poderoso ha hecho en mí maravillas, Santo es su nombre”.
Todo lo que él quiere lo hace. Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado “el poderoso de Jacob”. “El Señor de los ejércitos”, “el Fuerte, el Valeroso”. Dios es Todopoderoso “en el cielo y en la tierra” porque El los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible y dispone a su voluntad de su obra; es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad.
Dios es Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder aparecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción que nos ha hecho hijos suyos y finalmente por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.
La fe en Dios Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el voluntario abajarse (siendo Dios se hizo hombre) y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres”. En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre “desplegó el vigor de su fuerza” y manifestó “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes”.
Sólo la fe puede hacernos llegar a los caminos misteriosos de la omnipotencia de Dios. Esta fe se siente grande en medio de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que “nada es imposible para Dios” y pudo proclamar las grandezas del Señor: “el Poderoso ha hecho en mí maravillas, Santo es su nombre”.
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