lunes, 16 de febrero de 2009

El Señor puede liberarlo

Mi amigo T. L. cayó de rodillas frente a un sagrario y comenzó a llorar abundantemente. En aquella solitaria capilla, alumbrada sólo por la débil luz que despedía la vela que siempre colocan junto a los sagrarios, acababa de producirse un milagro.

Durante años, el corazón de T. L. había estado siendo atormentado por un sordo rencor, dirigido hacia las personas que lo habían torturado en la célebre cárcel de “La 40”, en tiempos de Trujillo.

En ese momento, en esa capilla, el Señor acababa de sanarlo, concediéndole la capacidad y la potencia de perdonar.

T. L. cuenta que lloró profusamente al sentirse liberado de ese martirizante peso que mantenía su mente ocupada constantemente en amargos planes de venganza.

¿No le parece a usted que eso fue un auténtico milagro? El hecho de que una persona pueda liberarse de un profundo odio como éste, sólo puede ser explicado mediante una intervención de Dios.

Algo parecido pasa con otros sentimientos fuertes que nos esclavizan, condicionando toda nuestra existencia.

La tristeza (que no es más que un dolor amamantado) puede arruinar la vida de una persona. Igual pasa con el miedo, el desaliento, la incomodidad, y otros estados de ánimo que hacen sufrir y esclavizan. Seguramente podrá usted añadir muchos otros ejemplos.

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